Cuando
yo era niño,
—lo
fui— de eso hace ya muchos años.
Me
habría gustado descubrir tu tierra
guiado
por tu mano.
Subir
hasta la cima del Osorno,
sentir
el frio de sus nieves,
contemplar
su pureza.
De
regreso, a través de la Puna
siguiendo
el Camino del Inca,
beber
el agua de las innumerables
fuentes,
que descienden cantarinas
hasta
lo más profundo de
sus
valles. Atisbar a lo lejos
la
esbeltez de las llamas
cruzando
el altiplano.
Mientras,
el Cóndor —guía de
nuestro
viaje— cruzaría el cielo en
majestuoso
vuelo.
Te
pediría que me acompañaras
al
salar de Atacama, allí, nos
extasiaríamos
contemplando la
belleza
de su inmenso paisaje,
sentiría
mi propia pequeñez.
Celebrar
vuestras fiestas,
con
niños que se expresan en una
lengua
extraña, desconocida para mí,
tu,
al oído, me susurrarías que hablan
quechua.
Compartir sus juegos,
romper
la piñata, al son de la
música,
cantar las mismas
canciones.
Saborear
el pan recién horneado,
tierno
y cálido como abrazo materno.
Pep
López Badenas
Noviembre,
2011
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